LA SUERTE DE LA FAMILIA WU

(basado en un hecho real)

Los Wu habían tenido un golpe de suerte. Luego de haber vagado por las calles de Wuhan durante semanas, el señor Wu había logrado hacer un negocio con un chef exclusivo de la ciudad china, un sibarita llamado Shao que estaba continuamente en la búsqueda de platillos exóticos para sus clientes.
Si bien en el mercado de Huannan abundaban las víboras y las alimañas, el ejemplar que buscaba el chef Shao era muy difícil de encontrar. La deforestación, la fumigación y el avance de las ciudades había puesto al murciélago de herradura al borde de la extinción. Pero el señor Wu había descubierto una colonia en una de las bodegas del río Yangtsé, y había logrado capturar una docena de ellos.
Acomodado en un rincón del mercado con seis jaulas dobles, pronto llamó la atención de varios clientes.
—¿Cuánto cuestan? — le preguntó una anciana
—Lo siento, pero ya están reservados—
—¡Qué lástima! Me encanta la carne de murciélago —
La anciana acercó la cara a la jaula y el murciélago se sacudió sobresaltado. La baba del animal le empapó el rostro y tuvo que secarse con la manga de la blusa. Luego se alejó, convencida de que el murciélago le había estornudado.
Minutos más tarde, el chef le entregaba mil yuanes, una suma modesta pero que para la familia Wu representaba la diferencia entre indigencia y una vida normal.
—¿Puedo preguntar para que los va a usar? — preguntó el señor Wu
—Para preparar mi especialidad— respondió Shao con evidente orgullo, —la sopa de murciélago —
Los próximos meses en Wuhan fueron escenas sacadas de una película apocalíptica. Un extraño virus atacó a los habitantes de Wuhan, extendiéndose con rapidez primero a toda China y luego al resto del planeta. Para colmo los mil yuanes se habían acabado y los Wu con sus dos hijos pequeños tuvieron que volver a la calle.
Sin saber adónde ir, el señor Wu llevó a su familia al mercado Huannan, que ahora se encontraba abandonado. Feliz, descubrió que el mercado rebosaba de comida, y hasta había una cuna tirada en medio de la sección de mariscos para el bebé. Allí estarían protegidos de la muerte que reinaba en el exterior.
¿Qué podía salir mal?
Lin, uno de los miembros del equipo de desinfección de Wuhan, se calzó el traje biológico y, de mala gana, entró al mercado de Huannan. Estar en el epicentro de la peor pandemia de la humanidad en los últimos cien años lo aterraba, pero alguien tenía que hacer el trabajo de descontaminación. Al menos él y sus compañeros se habían entrenado de manera exhaustiva, y estaban preparados para todo.
O al menos eso pensaba.
Al principio Lin pensó que sus oídos le estaban jugando una mala jugada, porque creyó escuchar el llanto de un bebé. Apuntó la linterna en dirección del sonido y lo que descubrió en la oscuridad de aquel lugar maldito lo dejó pasmado. Cuatro personas —dos adultos, una niña de unos seis años y un bebé de meses— desayunaban plácidamente en medio del caos de desorden y suciedad. El señor Wu lo miró asustado y preguntó:
—¿Hicimos algo malo? —
Los científicos no fueron capaces de hallar una explicación, pero lo cierto es que todos los tests del devastador corona virus dieron resultado negativo. Pero la mejor noticia para el señor Wu fue que el gobierno se encargaría de la alimentación y de hospedarlos en uno de los hoteles más lujosos de Wuhan.
—¿No te lo dije, mujer?  — le dijo el señor Wu a su esposa mostrando una sonrisa desdentada, —¡este es nuestro año de suerte! —



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